Nací en Cádiz en 1993, pero fue Málaga —donde me crié desde los 7 años— la que moldeó mi forma de mirar el mundo. Crecí rodeado de recuerdos impresos: álbumes familiares llenos de momentos congelados en el tiempo. Mi padre siempre llevaba una cámara encima, capturando instantes sin saber que, años más tarde, esas imágenes serían semillas de mi vocación. Mi madre, con infinito cuidado, guardaba cada foto como si fuese un pequeño tesoro. Gracias a ellos entendí desde pequeño que una fotografía no solo es una imagen, sino una memoria que sobrevive al tiempo.
Aunque esa semilla siempre estuvo ahí, ha sido en Tenerife —donde resido actualmente— donde ha comenzado a florecer de verdad. Desde que me compré mi primera cámara a principios de 2024, empecé a descubrir mi mirada, mi estilo, y la forma en la que quiero contar historias a través de la luz y el encuadre.
Durante años, la fotografía fue un refugio, una manera de detener el mundo por un segundo y observarlo con otros ojos. Pero con el tiempo entendí que no era solo una afición: era el centro de todo lo que me hacía vibrar. Es mi Ikigai, esa razón por la que quiero seguir aprendiendo, creciendo y creando cada día. Como dijo Ken Mogi, neurocientífico y autor japonés:
“Encontrar tu Ikigai es encontrar una manera de llenar cada día de significado.”
Hoy no imagino un futuro en el que no siga buscando la luz adecuada, ese gesto único, ese instante irrepetible. Porque como dijo Destin Sparks:
“La fotografía es el arte de congelar el tiempo… el poder de revivir un recuerdo.”
Y eso es lo que busco: enseñar a ver, a sentir, a recordar. Si mis fotografías consiguen que alguien vuelva a un momento olvidado o descubra la belleza de uno que no sabía que estaba viviendo, entonces ya estoy donde quiero estar.